martes, 13 de abril de 2010

Un cuento "Marcos"

MARCOS

¡Sentado!, esa es la imagen que aún perdura, es el recuerdo que me queda con el paso de los años, ¡ahí! sentado en ese cajón ya desvencijado por el tiempo, desvencijados los dos: (el cajón y él), aunque se nota que él había sido alto, de piel cobriza y algunos vestigios de rasgos quechuas, delgado, sin barba, aunque no era común encontrarlo afeitado, sus rodillas superaban en gran medida el nivel de ese cajón que a modo de blandura tenía un cuero de oveja.
Esta posición de rodillas elevadas daba la posibilidad de aprovechar para apoyar sus codos, mientras que sus manos extendían un pañuelo sobre el brasero.
Había que acercarse de costado a saludarlo y. . . no era muy amable para eso que digamos; yo diría que más bien, fue hombre de saludar erguido, con un apretón de manos, poniéndose el sombrero en el pecho y con un alegrón de saber que alguien venía a pedir una gauchada.
Eso se podía ver en su frente, cada arruga era una hendija que dejaba ver su pasado;
como el caso de un paisano vecino, que se llegó hasta su rancho con el caballo de tiro por que era animal muy inquieto, y resulta que Don Marcos con un cambio de pisada y unas vueltas murmurando alrededor, terminaba diciendo: -Solucionao Don Nicandro-.
Lo mismo sucedió con otro que le trajo un potrillo agusanado, entonces él, con sus tejes y manejes, hacía que los gusanos se salgan solos, y no vaya a ser cuestión que quisieran pagarle, de ninguna manera; por ahí le aceptaba un cigarro, pero para fumarlo mientras hablaban de caballos y demás.
Por otra, apenas se vislumbra un recuerdo cuando de chico, (huérfano él), criado en diferentes estancias, iba haciendo lo que podía, de los galpones a los corrales, boyereando, y en una fiesta meterse pasteles en un saco, que era de grandes dimensiones para su tamaño, pero era así, se ponía lo que le daban, y aprovechando entonces el tamaño de sus gigantes bolsillos, llevaba los pasteles a esconder, porque él, vivía galgueando, entonces guardaba, -pa’ cuando no haiga-.
También se puede ver cuando reunidos los mayores alrededor de un fogón, no faltaba aquella persona que . . . como queriendo saber su reacción, le convidara una pitada, pero éste,
además de aceptar, le prendió el cigarro del otro lado, (de travieso nomás), al quemarse la boca este mensual entre conversaciones paisanas optó por girarlo pensando que estaba al revés, pero se quemó nuevamente y refregándose la boca, se dio cuenta de la travesura, lo buscó con la mirada, pero ya se había ido, y moviendo la cabeza para ambos lados, mientras el resto de la rueda festejaba a carcajadas, dijo: ¡éste Marquito! . . . y aunque fuese una travesura, esto para él, ya era motivo suficiente de salir en busca de un nuevo lugar de trabajo.
En otra de esas se lo ve ya más grande y carretero, llevando bártulos de un pago a otro; este transporte tirado por bueyes y netamente argentino ya estaba en decadencia en ese entonces, de todos modos, fueron varios . . . los años en carreta que ocuparon su vida.
Él, no tenía nada material, solamente lo puesto, y lo más asombroso es que tampoco quería tener, pero se brindaba todo; es más, siempre tuvo su gallinero, su quinta y de una gran variedad de verduras y algunos frutos, pero nunca vendió nada, aún, cuando alguien venía en busca de algo para la olla.
Ante sus hijos era muy severo, sin muchos requisitos tal vez, pero guay que le vengan con quejas de alguno de ellos, los cuales tuvo muchos, (todos los que pudo).
Apegado a sus costumbres de la vieja usanza, se sintió acorralado cuando la población empezó a comprimirlo y . . . no lo soportó, y salió . . . salió como esa espina que clavada en la carne uno le ejerce presión con los dedos, hacia el único lado libre, en este caso,“el campo”; y allá estaba, solo, del otro lado de la cañada; debido a las empantanadas huellas, había que ir en carro a visitarlo, sus hijos iban de cuando en cuando y . . . como dijera Doña Celestina: -Chee . . . vayan a ver al viejo- . . . -llévenle ropa limpia-. Y allá se lo encontraba, se había hecho un ranchito de barro, y a su manera de ser, no le faltaba nada; entre algo que plantaba, algo que podía cazar, y si algún animal tenía, la podía rebuscar; siempre tenía grandes tortas fritas
colgadas de un alambre, tan grandes como el sartén lo permitía; luego de algunos mates, éstos emprendían el regreso, volviendo con zapallos, sandías, tomates y algunas tortas.
Pero el tiempo pasa y no hay duro que no se ablande ni rudo que no razone, y entonces, otro pago los vio llegar a gran parte de la familia, algunos de sus hijos ya habían formado la suya, y todo empezó nuevamente donde yo lo conocí.
Marcos, era una persona del dicho, el verso y el refrán a flor de labios, era el personaje del entretenimiento en cada reunión, no faltaba quien buscara un motivo para darle pie, o le preguntara: ¿como era Don Marcos aquella historia de esa vez que?. . . y eso ya era suficiente para que la fiesta tomara un rumbo campechano.
Él, era de un modo de vida muy sencillo; no había concepto ni filosofía, -pa’ que-, simplemente “sobrevivir”, eso es todo.
Aunque yo lo conocí en sus últimos tiempos, así y todo con su pila de años encima, tenía la estampa de alguien que había trajinado toda una vida pero con el espíritu suficiente para irse con sus costumbres a cuestas; todo eso se podía ver cuando yo, aún pequeño, me acercaba a darle un beso a mi abuelo, que estaba allí, sentado en ese cajón.
Me hubiese gustado haberlo conocido en su esplendor, el de sus años mozos, y acompañarlo sentado al pértigo talvez, en esos viajes que hacía, para charlar en criollo y trenzarme en versos; . . . pero cada uno de nosotros tenemos el destino marcado y posiblemente todo esto que yo veía, fue para que la rueda siga andando y entonces hoy, esté representado en mi persona en cada reunión de los pocos que van quedando en la familia.
La última vez que lo vi, estaba acostado; habíamos ido -“pa’ las casas”- (como dijera él), (esas casas, era el rancho de mis abuelos), donde todos los domingos se juntaba gran parte de la familia, pero esa vez había un panorama diferente, me dijeron: el abuelo se acostó ayer igual que siempre, se durmió y todavía no despierta . . .
nestor-cuenca.blogspot.com

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